El costo de la luz cortocircuita el Gobierno de Partido Socialista y Podemos
El jefe del Ejecutivo hizo el día de ayer un paréntesis en sus vacaciones y aprovechó su reposo en el Palacio de La Mareta –de titularidad pública– para participar en un acto institucional en el que sacó pecho de las medidas «esenciales» que ha llevado a cabo su gobierno para «salvar empresas» y la economía.
Mientras que media España padece una ardiente ola de calor que fuerza a un mayor consumo de electricidad, que coincide con unos costos exorbitantes en el costo de la luz y, tanto la oposición como parte minoritaria de la alianza le solicitan que tome medidas, Sánchez pronunció un alegato en el que se no se refirió a este tema tan esencial para la economía de las familias, que pagan 3 veces más por el kilovatio que hace un año.
Unidas Podemos trató el día de ayer de marcar perfil propio. Solo una hora antes que el jefe del Ejecutivo reapareciese, Unidas Podemos conminó con asaltar las calles contra la «estafa» que supone la subida del coste de la luz. «Que a absolutamente nadie le quepa la más menor duda que, desde Unidas Podemos, vamos a dar la batalla en todos y cada uno de los espacios (gobierno, parlamento, calle) para poner punto y final a este expolio», apuntó el portavoz de los morados en el Congreso, Pablo Echenique, mediante su cuenta de Twitter. Tal y como si no formaran una parte del Consejo de Ministros, volvieron a marcar distancias con el Partido Socialista. En verdad, ya lo hicieron a inicios de este mes cuando coincidiendo con el despacho entre Sánchez y Felipe VI lanzaron una nueva ofensiva contra la Monarquía.
Que a absolutamente nadie le quepa la más menor duda que, desde Unidas Podemos, vamos a dar la batalla en todos y cada uno de los espacios (gobierno, parlamento, calle) para poner punto y final a este expolio. Quien desee proseguirnos que nos prosiga y quien no que se retrate frente a la ciudadanía.
— Pablo Echenique (@PabloEchenique) August once, dos mil veintiuno
Echenique fue un paso más allí e inclusive lanzó un aviso en velada alusión a su asociado del PSOE: «Quien no desee proseguirnos, que se retrate», afirmó. Además de esto, los morados asimismo se desmarcaron y mostraron su absoluto rechazo a la ampliación de El Prat, al estimar que es un proyecto contrario a la política medioambiental protegida por la alianza. Siendo conscientes de que el partido minoritario es el que menos interés político se lleva en una alianza, los morados, a juzgar por sus últimas acciones, van a tratar de distinguirse en los un par de años que quedan de legislatura.
No obstante, Sánchez hizo ni caso al dardo lanzado por su asociado. En su sitio, el jefe del Ejecutivo volvió a abalar las bondades de su Gobierno sin un ápice de crítica. Y, como ya viene siendo frecuente, sin admitir preguntas, un incesante desde el momento en que llegó a La Moncloa.
Fue en el último mes del año de dos mil quince cuando el entonces secretario general del Partido Socialista Obrero Español y aspirante a la presidencia del Gobierno acusó al, entonces aspirante a la reelección, Mariano Rajoy, de pasar la Legislatura «parapetado tras el plasma», en referencia a aquella política de comunicación del entonces presidente que se caracterizó por emplear el plasma en sus intervenciones sin aceptar preguntas de los medios. Basta una ojeada a la hemeroteca para confirmar que Sánchez asimismo está cómodo soltando su mensaje sin permitir preguntas de los cronistas. Desde el primero de los días que tomó posesión de su cargo como presidente del primer gobierno de alianza se ha caracterizado por enmudecer a los medios.
El año pasado, la pandemia brindó a Sánchez el mejor escenario posible para intervenir frente a los medios sin precisar contar con ellos. Con el comienzo oficial de la pandemia, el trece de marzo de dos mil veinte compareció frente a los medios desde La Moncloa para anunciar que al día después dictaminaría el estado de alarma en el país con la meta de contener la expansión del virus. Al día después se dictaminó el confinamiento domiciliario de los españoles, que pensaron que sería a lo largo de los quince días que deja la Constitución establecer este estado de excepcionalidad sin asistir al Parlamento. No obstante, fue el principio de unas semanas que alteraron por completo los hábitos de los españoles.
Fue entonces cuando, el presidente se habituó a aparecer todos y cada uno de los fines de semanas en alocuciones inacabables y sin la presencia de cronista en la sala de Prensa. A pesar de arrancar un sistema de preguntas, el filtrado de exactamente las mismas produjo criticas entre los cronistas que cubren información de gobierno. No en balde, el hecho de que la mayor parte de las intervenciones del presidente sin preguntas sean declaraciones institucionales no es el motivo por el cual no se dejan preguntas, en tanto que Sánchez ha ofrecido mensajes institucionales en los que sí ha tolerado la réplica a lo largo del primer año de Legislatura.
La apuesta por los monólogos del presidente no concluyó con las primeras y más duras olas de la pandemia. A lo largo de este último curso político, los profesionales que cubren esta información lo han tenido bastante difícil para trasladar alguna pregunta al jefe del ejecutivo, tanto en sus viajes al exterior como en sus intervenciones en territorio nacional.
En la recta final de este curso político no admitió preguntas en el Liceo de Barna, cuando anunció los indultos a los condenados por el procés. Tampoco en la mitad de la crisis diplomática con Marruecos que supuso la avalancha de cerca de diez.000 inmigrantes mediante la frontera con Ceuta. La anteúltima fue el pasado diez de julio de dos mil veintiuno. A pesar de la trascendencia que tenía su crisis de Gobierno y el relevo de una tercera parte de los ministros, Sánchez decidió no solo protegerse en una nueva declaración institucional, sino además de esto lo hizo para monopolizar los telediarios para soltar su «Aló presidente».
La última vez que los cronistas tuvieron la ocasión de consultar a Pedro Sánchez fue el tres de agosto a lo largo de su despacho con el Rey Felipe VI en Palma, una tradición de cuarenta años que no ha tenido la desvergüenza de romper.